Arden noches y días, por igual, por simple memoria ardiente de recuerdos que queman, todo a la hoguera, se lavan las vidas con agua de sal, con lenguas de fuego, las flamas alimentadas por las memorias, desdibujando al tiempo mismo, haciendo inútil las palabras de miedo, todo arde, todo quema, así las cenizas alzadas al viento demuestran un viaje más que culmina en ardor, en la gran pira de recuerdos hastíos, de conversaciones estériles y discusiones tardías, arden las palabras, los minutos, arde el tiempo futuro, conjugando en pasado su destino, en las llamas de la verdad imposible de esquivar, allí arden las habitaciones, sábanas y viajes, los segundos, el agua y la sangre, todo se quema como papel débil al calor, tan efímeras cenizas brotan de tan largo tiempo, tan falsas las verdades, luego del fuego, las cenizas, no arden, sólo vuelan, desperdigadas al azar del tiempo, viajando más allá, dejando sola la hoguera frente a un mar tan vacío como sus entrañas, arde para no arder más, tu combustible vagamente desaparecerá, lo que hace que ardas, lo que quemas, lo que desvaneces e incendias...
Te sienta bien el velo del silencio… Porque ya no oculta la máscara de ese sentimiento El palpitar ambivalente que se asomaba en cada uno de nuestros encuentros Si tu pensamiento no quería cuestionamiento alguno Era mejor dejar pasar las horas en tu somier taciturno …No abrir excusas, dilatar angustias, salar heridas… Buscar plegarias en sitios a oscuras para no ver las manos que rezaban ciegas en un mar de esperas Que era mejor vagar por tu soliloquio, enfrascar la razón, cambiar de piel en cada estación Intransigente y cerrada, siempre enrevesada en el plexo de tu inmensidad La vanidad de ser tu profundidad, la de tu hermética poesía, la misma que será tu eternidad Alhajas de sal, quimera de cal, luces de bar, una estela de angustias en las dunas de nuestro mar…
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