Entre
adoquines enmohecidos caminaba la noche, perdido el frío se acurrucaba en mis
huesos, no conocía el cielo, no era mi ciudad de desvelos, faltaban las brisas
y el marullo, desvarié en calles desconocidas derrapaba mi ilusión en
nomenclaturas absurdas, las comprendía, tomaba en cuenta la quimera de esa vida,
no conocía la lluvia ni la neblina, estaba aquí escribiendo sobre mi rutina,
despedazada la fantasía de los abismales vacíos convertidos en pasajes de sol
tardío así el agua borra los vestigios de ese calor infernal por las calles de
asfalto mustio, para no volver pensaba, es la plegaria que al fin me
despertaba, pero estaba aquí, seguí perdido entre vagones y caminos, los pies
ardidos por falta calor, la piel expuesta al alma un nervio de vapor errante entre la neblina
densa y la bruma.
Era
Bogotá, las montañas y las promesas, la soledad de las calles atestadas estaba
en mi quimera, pensé que esta ciudad era la mía, no lo era, no estaban las
luces ni el ventanal, el tiempo no corría igual ese sol de mi pesar ahora salía
más tarde de lo habitual, estaba acá, en el mismo sitio en el que ahora
despierto, con efluvios de ensueños perdidos, con rostros que jamás había
visto…tan común esas miradas de desperdicio, en otro espacio, ahí perdido, era
un sueño que no podía ser mío lleno de adoquines soledad y pinos.
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